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¿Nos gusta la basura?

 


Chiclayo: la ciudad que limpia mientras otros ensucian


Por Límberg Chero.


Uno de los rostros más visibles de la decadencia urbana en una ciudad es la suciedad de sus principales vías. En el caso de Chiclayo, basta ingresar por el norte —viniendo desde Piura— o por el sur —desde Trujillo — para encontrarse con montículos de basura, bolsas volando y espacios públicos degradados. Lo paradójico es que no se trata de ausencia de servicios de limpieza: se tiene un servicio (no ideal, pero se tiene) recogiendo desperdicios en las mañanas y cuadrillas de barredores que cumplen su labor. El problema es otro, más profundo y más difícil de resolver: mientras la ciudad limpia, otros la vuelven a ensuciar.

Este fenómeno no es técnico, es social. El tratamiento de los residuos sólidos no se resuelve solo con logística; exige un cambio en el comportamiento ciudadano. En otras palabras, es un problema colectivo. Y como tal, debe entenderse desde dos lados: quienes limpian… y quienes ensucian.


¿Por qué la gente ensucia?

Habría muchos intentos de explicacion. Pero vamos a acotar el tema a la ciencia del comportamiento: la gente ensucia porque no tiene frenos internos que se lo impidan, y para ponerlo en términos más crudos: ser cochino no tiene castigo.

Los frenos se pueden instalar en la mente de los ciudadanos, y pueden ser de dos tipos:


1. Freno cultural: la convicción de que arrojar basura a la calle está mal, que es indigno, que degrada la ciudad y a uno mismo. Este tipo de freno se construye desde la infancia, especialmente en la escuela y en el hogar. Sin embargo, ni la UGEL ni las municipalidades distritales han trabajado con seriedad este tema. Las campañas suelen ser superficiales o esporádicas. Aquí hay una gran oportunidad: vincular la educación ambiental con programas sociales como los vasos de leche, los comedores populares o las juntas vecinales.


2. Freno sancionador: el miedo a la penalidad. Cuando la cultura no basta, la ley debe actuar. Y no se trata solo de aplicar multas, sino de generar consecuencias visibles: grabar con cámaras a quienes botan basura, entrevistarlos, exponerlos públicamente —como se hace con infractores de tránsito en otras ciudades— y construir un sentido de “vergüenza cívica”. ¿Es populista? No. Y corresponde a los abogados evaluar si es legalmente viable, si se articula con ordenanzas municipales y participación ciudadana.


¿Quién debe liderar este cambio?

La Municipalidad Provincial de Chiclayo debe asumir un rol integrador. No puede solo barrer y recoger residuos. Debe aliarse con UGEL, MIDIS, serenazgos, comités de madres y asociaciones de vecinos. Las cámaras de vigilancia deben dejar de ser testigos pasivos y pasar a formar parte de una estrategia de disuasión y evidencia.

No basta limpiar. Chiclayo necesita que no se ensucie. Y eso solo se logra cambiando mentalidades, ejerciendo autoridad con legitimidad y construyendo orgullo urbano.

Si no lo hacemos ahora, cada bolsa que cae al suelo será una derrota más en la lucha por recuperar la dignidad de nuestra ciudad.

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